An unforgettable photo session and the mountain range -EN-ES-
A few months ago, I had an unforgettable experience in a vineyard at the foot of the Andes. It was not just any visit; the winery wanted to present and sell a concept, something more than their wines. They wanted to show the essence of their land, the passion behind each vine, without even showing a bottle of wine. These are just a few that did not come out for the client and I can share with you.
I arrived at the vineyard on a sunny morning, with a clear sky and the peaks of the Andes as a backdrop. From the first moment, I felt enveloped by the serenity of the place. The fresh, clean air filled my lungs, and a sense of peace came over me. It was as if time had stopped, allowing me to connect with nature in its purest state.
I was greeted by Maria, the winery manager, a woman with a warm smile and a look full of wisdom. She took us on a tour of the vineyards, and as we walked among the rows of vines, she told us the history of the winery. He talked about how his ancestors came to this land and cultivated it with love and dedication. Each plant, each bunch of grapes, was a testimony of their effort and passion.
Maria showed us the soil, let us touch it, feel its texture. She explained how the climate and the soil worked together to create the perfect environment for the vines. She didn't just talk about grapes and wine; she talked about life, how everything was connected. He taught us to listen to the wind, to notice the subtle change in the air that heralded a new season.
After the walk through the vineyards, he took us to a small hill from where we could see the whole valley. We sat on the ground, in silence, and just watched. The scenery was breathtaking: the sun illuminated the mountains, creating shadows and lights that danced over the green fields. It was a moment of contemplation, of admiring the natural beauty surrounding the vineyard.
Maria gave us some sheets of paper and colored pencils. She asked us to draw what we felt, what we saw. It didn't matter if we were good drawers or not; the important thing was to capture the essence of the moment. I drew the sky, the mountains, and the vines that seemed to dance in the wind. It was a simple but profound exercise that helped us connect with our emotions and the environment.
Later, he took us to a rustic cabin, where simple but delicious snacks awaited us: freshly baked bread, local cheese and olives. Everything tasted different, more intense. Each bite was an explosion of flavors that reminded us of the richness of the land. Maria asked us to close our eyes and breathe deeply. She spoke to us about how wine is more than a beverage; it is a way of life, a connection to the land and those who work it. Without showing us a single bottle, he made us feel the wine, understand it in a deeper way. He talked about how each wine has its own personality, its own story to tell.
The session was not about selling wine, but about selling an experience, a feeling. It made us understand that wine is the result of a long and laborious process, but also of a deep passion and love for the land. Every sip of wine we ever tasted from that winery would now have a more special meaning. Before we said goodbye, he took us to a small chapel in the vineyard, a place of reflection and gratitude. He asked us to write a wish, something we hoped for the future, and leave it in a wooden bowl. I wrote that I wished to return someday, to feel again that connection to the land and the people who love it.
As we drove away from the vineyard, I looked once again toward the Andes, grateful for the experience. I had come with wine in mind, but I was leaving with so much more: a renewed sense of connection to nature, a deeper understanding of the passion and work behind each bottle. That visit to the vineyard at the foot of the Andes was not just a trip to a beautiful place, but a journey into the very heart of what it means to live in harmony with the land. It was a lesson in the importance of stopping, observing and feeling. It was, without a doubt, one of the most enriching experiences of my life.
Spanish version
Hace unos meses, tuve una experiencia inolvidable en un viñedo a los pies de los Andes. No era una visita cualquiera; la bodega quería presentar y vender un concepto, algo más que sus vinos. Querían mostrar la esencia de su tierra, la pasión detrás de cada vid, sin siquiera mostrar una botella de vino. Estas son apenas unas que no salieron para el cliente y les puedo compartir.
Llegué al viñedo en una mañana soleada, con el cielo despejado y los picos de los Andes como telón de fondo. Desde el primer momento, me sentí envuelto por la serenidad del lugar. El aire fresco y limpio llenaba mis pulmones, y una sensación de paz me invadió. Era como si el tiempo se hubiera detenido, permitiéndome conectar con la naturaleza en su estado más puro.
Fui recibido por María, la encargada de la bodega, una mujer con una sonrisa cálida y una mirada llena de sabiduría. Nos llevó a un recorrido por los viñedos, y mientras caminábamos entre las hileras de vides, nos contó la historia de la bodega. Habló de cómo sus antepasados llegaron a esa tierra y la cultivaron con amor y dedicación. Cada planta, cada racimo de uvas, era un testimonio de su esfuerzo y pasión.
María nos mostró el suelo, nos dejó tocarlo, sentir su textura. Nos explicó cómo el clima y la tierra trabajaban juntos para crear el entorno perfecto para las vides. No hablaba solo de uvas y vino; hablaba de vida, de cómo todo estaba conectado. Nos enseñó a escuchar el viento, a notar el sutil cambio en el aire que anunciaba una nueva estación.
Después del paseo por los viñedos, nos llevó a una pequeña colina desde donde se podía ver todo el valle. Nos sentamos en el suelo, en silencio, y simplemente miramos. El paisaje era impresionante: el sol iluminaba las montañas, creando sombras y luces que danzaban sobre los campos verdes. Era un momento de contemplación, de admirar la belleza natural que rodeaba el viñedo.
María nos dio unas hojas de papel y lápices de colores. Nos pidió que dibujáramos lo que sentíamos, lo que veíamos. No importaba si éramos buenos dibujantes o no; lo importante era capturar la esencia del momento. Dibujé el cielo, las montañas, y las vides que parecían bailar con el viento. Era un ejercicio simple pero profundo, que nos ayudaba a conectar con nuestras emociones y con el entorno.
Más tarde, nos llevó a una cabaña rústica, donde nos esperaban unos bocadillos sencillos pero deliciosos: pan recién horneado, queso de la región y aceitunas. Todo sabía diferente, más intenso. Cada bocado era una explosión de sabores que nos recordaba la riqueza de la tierra. María nos pidió que cerráramos los ojos y respiráramos profundamente. Nos habló de cómo el vino es más que una bebida; es una forma de vida, una conexión con la tierra y con quienes la trabajan. Sin mostrarnos ni una sola botella, nos hizo sentir el vino, comprenderlo de una manera más profunda. Habló de cómo cada vino tiene su propia personalidad, su propia historia que contar.
La sesión no era sobre la venta de vinos, sino sobre la venta de una experiencia, de un sentimiento. Nos hizo entender que el vino es el resultado de un proceso largo y laborioso, pero también de una pasión profunda y un amor por la tierra. Cada sorbo de vino que alguna vez probáramos de esa bodega tendría ahora un significado más especial. Antes de despedirnos, nos llevó a una pequeña capilla en el viñedo, un lugar de reflexión y agradecimiento. Nos pidió que escribiéramos un deseo, algo que esperábamos para el futuro, y lo dejáramos en un cuenco de madera. Escribí que deseaba regresar algún día, para sentir nuevamente esa conexión con la tierra y la gente que la ama.
Mientras nos alejábamos del viñedo, miré una vez más hacia los Andes, agradecido por la experiencia. Había llegado pensando en vino, pero me iba con mucho más: un sentido renovado de conexión con la naturaleza, una comprensión más profunda de la pasión y el trabajo que se esconden detrás de cada botella. Esa visita al viñedo a los pies de los Andes no fue solo un viaje a un lugar hermoso, sino una jornada hacia el corazón mismo de lo que significa vivir en armonía con la tierra. Fue una lección sobre la importancia de detenerse, de observar y de sentir. Una experiencia increible que siempre voy a recordar.
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